En Taizé, hombres de orígenes confesionales, étnicos, culturales, lingüísticos diversos, y a veces opuestos, rezan y trabajan juntos; sí, esto es posible, pues Cristo destruye todo muro de separación. Esta diversidad histórica y geográfica desaparece ante la diversidad de dones. La comunidad es una colmena en actividad. Algunos crean la belleza, pintan imágenes, íconos, elaboran admirables cerámicas capaces de ennoblecer la vida cotidiana. Otros traducen e imprimen los textos más importantes de la tradición cristiana. También estudian idiomas para dar respuesta a la vocación internacional de Taizé. Anuncio humilde pero vivido profundamente por esta humanidad reconciliada, transfigurada, hacia donde avanza dolorosamente la historia, una historia del Espíritu, siempre activo, que mina las opacidades e ilumina las realizaciones artísticas, científicas o espirituales... Este libro está formado por una serie de reflexiones, nacidas de diálogos que en varias ocasiones tuve en Taizé. Llevan el sello de la búsqueda de los hermanos, de las preguntas formuladas por los jóvenes acogidos. Estas reflexiones desean ir a lo esencial, sin pretender la exhaustividad. Si este libro ha visto la luz, quisiera insistir en ello para terminar, es a causa de la connivencia que siento desde hace tiempo entre mi propia búsqueda y la de Taizé. Taizé ha llegado a ser una de mis patrias espirituales. Yo soy ortodoxo y aquí encuentro la vocación de la ortodoxia cuando supera sus limitaciones históricas para dar testimonio de lo originario y lo último: como un compartir, como una llamada. Es para mí es una gran alegría ver ahora a tantos jóvenes ortodoxos de Europa del Este y del Sudeste ir cada verano a Taizé, en autobuses llenos. Es la Europa de la comunión de los santos. Y este libro, un gesto de gratitud.