Si tuviera que buscar una definición para esta obra de Mireya Keller, diría simplemente que es la novela de las cosas entrañables. (...) Las imágenes de un tilo desde el que se mira el mundo y de trenes que viajan para siempre, mezcladas con las de trigales amarillos, girasoles empecinados vueltos hacia el incendio astral de un mediodía, camelias aromando una ventana y agonías de peces en una playa, acompañan -junto al miedo de los temblores, el olor del pan y la tristeza de la lluvia- el devenir de los personajes que, más que imaginados o creados, son vividos por la autora, quien consigue mover a éstos entre aquellas de tal modo, que logra involucrarnos en los límites de la vida y la muerte que los contienen. (...) Al que lea esta novela de Mireya Keller -tan latinoamericana, tan nuestra- le va a ser difícil olvidarla, porque su transcurso es como la marea del destino, que vuelve una y otra vez a la playa de la vida para impregnar las huellas del tiempo. La historia que nos regala la escritora chilena, deja en nuestra alma un sabor agridulce, tal vez porque nos revela una vez más que el mar sobre el que se recuesta el Valparaíso de los sueños, siempre termina perdiéndose, esfumado en una ventanilla del tren de los muertos. Mabel Pagano