En Berlín, en 1922, durante la primera posguerra, Kazantzakis escribió y destruyó la primera versión de Buda. Rehecha en 1941 bajo la ocupación nazi en Grecia, alcanzó su versión definitiva en 1956. La acción y la meditación, la carne y el espíritu no se contradicen. Conducen a la libertad, única palabra que Buda deja a los hombres, como su don más precioso, en el momento de morir. La escena muestra el combate entre las fuerzas de la razón, encarnadas en los jóvenes revolucionarios chinos (Chang el joven y su hermana Meiling) que se enfrentan a la superstición y la resignación de los campesinos, a la tradición de los Antepasados y a quien la representa a través del poder feudal, su padre el Anciano Chang. Un cataclismo natural (el desborde del Yang-Tsé), y no la ignorancia o el conformismo, los derrotará. En los tres actos de esta tragedia, Kazantzakis muestra los elementos que ha rescatado del pensamiento budista: la exigencia ascética del conocimiento y la sabiduría; el desasimiento personal de un yo y de un mundo ilusorios; la búsqueda de la difícil espiritualidad que no requiere el reconocer a ningún dios. El Anciano Chang es quien recorre estos momentos de la ascesis budista: a medida que se desmoronan los tres diques que contienen el avance del río, se desmorona también el muro de su pensamiento. Así, toma conciencia de la inutilidad de sus creencias tradicionales, corta sus ataduras, descubre el grado último del conocimiento: Buda no es más que uno de los nombres de la muerte o de la vida, del destino: el Yang-Tsé devastador. A modo de síntesis, Kazantzakis dijo que esta tragedia era como "un ícono bizantino de dos pisos: en lo alto se halla Buda y debajo la tierra y sus ocupantes". Todo en la obra, por tanto, se desarrolla según el orden de la necesidad, desechando por completo la posibilidad del libre albedrío humano. Se ha comparado a Kazantzakis dramaturgo con Claudel: en ambos el extremo Oriente ha ejercido una suerte de fascinación, especialmente el teatro (ha elementos escénicos del Nô y del Kabuki). A ellos se agregan el lirismo, los paisajes y el despojamiento de cada personaje, propios del teatro de Kazantzakis, y recibidos como influjo de la tragedia griega, logrando de esta manera que cada uno de ellos encarne una dimensión humana esencial.